lunes, agosto 22, 2011

Mi otra memoria

Hace algunos años me di cuenta de lo rápido que pasa el tiempo a partir de determinado momento de la vida.

Nuestra infancia es esa estación de tren en la que todo es nuevo, todo el mundo se mueve con prisa por algún momento que no logramos entender. Nosotros miramos por todos lados, de la mano de nuestros padres. Subimos al tren y, tras echar un vistazo al vagón(nuestra familia) nos quedamos ensimismados, mirando por la ventana.
El tren comienza a moverse, poco a poco. Abrimos bien los ojos para no perder detalle: la estación que se aleja, los pueblos que van pasando, con su campanario, sus campesinos y sus vacas. Disfrutamos del verde de la naturaleza.
Después de unos minutos de trayecto, cuando la máquina ya ha alcanzado una velocidad constante y los pueblos se repiten vamos, poco a poco, dejando de prestar atención. Nos sentamos en el asiento, nos aburrimos y solo pensamos en largarnos a investigar por el tren.
A partir de ese momento de nuestro viaje la memoria empieza a guardar menos recuerdos, por considerarlos repetitivos. Es cuando el tren va más rápido.
No significa que no atravesemos lugares maravillosos. Algunos incluso más que los que vimos de pequeños. Pero ya no nos parece todo tan interesante.

Tengo la extraña virtud de poder volver a un sitio al que solamente he estado una vez, de recordar caminos y aprender referencias. Pero uno no puede estar en todo y, a cambio, mi cabeza descarta los detalles, desde fechas hasta colores e incluso con quién estaba en ese momento.
Eso convierte mi memoria en un inmenso mapa sin fotografías, llena de experiencias pero vacía de instantes. Conozco todas las estaciones por las que pasó el tren, pero no recuerdo como eran.

Sin embargo eso me sirve para disfrutar de la belleza de los detalles como un niño, porque no me acuerdo de nada parecido. Flores que he visto mil veces me siguen pareciendo bonitas, encuentro distintos los atardeceres en el mar, aunque sepa que el sol siempre desaparece de la misma manera, incendiando de estelas las orillas. Incluso los momentos tristes se borran de los lugares en los que sucedieron.

Por eso hago tantas fotos.
Porque no quiero que los años más felices de mi vida pasen volando entre borrosa monotonía.
Porque creo que un día podré sentarme, recordar que recorrí medio mundo y tendré cientos de imágenes para disfrutar, para recordarle a mi cabeza por qué me emocionó ese instante.

Quizá algún día, cuando deje de viajar, tocará revivir y volver a sentir.