jueves, septiembre 22, 2011

Amabilidad y turismo

Cuando nos vamos de vacaciones nos gusta elegir un sitio que sea bonito, una experiencia inolvidable, poder descansar, visitar lugares, comer bien, sentirnos a gusto en resumen.

Cada año visitan España 53 millones de turistas extranjeros que, entre más de 100 países(incluído el suyo) nos han elegido para pasar sus vacaciones. Son familias, parejas o grupos de amigos que se llevarán de aquí un montón de recuerdos y tenemos que intentar que sean todos buenos. Porque cuando lleguen a su trabajo, a su clase, a sus reuniones familiares les preguntarán qué tal lo pasaron y no habrá inversión en publicidad que supere lo que alguien que ha disfrutado puede contar a sus conocidos.
Porque en el fondo todos nos sentimos orgullosos de gustar, de poder mostrar nuestro patrimonio y que sea visto, admirado, fotografiado por millones de personas. Queremos que sigan viniendo a ver lo bonito que es nuestro país.

No debemos hablar solo de gente que viene aquí a gastar, sino de personas a las que tenemos que ganarnos con nuestra mejor cara, mostrando simpatía, paciencia y siendo agradables con ellos.
Tened en cuenta que se valora mucho más una mano amiga en un país extranjero, donde todos nos sentimos más indefensos.
No podemos pasar por alto timos ni robos, pues esa será la primera experiencia que compartirán los turistas a su regreso.
Ahora que la crisis ha azotado nuestro país especialmente, eliminando millones de puestos de trabajo de la construcción, tenemos que recuperar los valores que nos hicieron uno de los principales destinos turísticos del mundo, porque nuestro futuro depende en parte de ello.
Hay que aprovechar la oportunidad que las revueltas en el norte de África nos han dado para enamorar de nuevo a nuestros vecinos europeos. Para demostrarles que, aunque no podamos competir en precio, nadie nos gana en servicio, simpatía y amabilidad.

Pensemos en todo esto cuando veamos a un guiri perdido mirando un mapa, cada vez que tengamos la oportunidad de interactuar con algún visitante, estamos invirtiendo en el futuro de nuestra economía, en nuestra riqueza y bienestar. Y de paso sembrando para recibir un trato agradable cuando les devolvamos la visita.

Vamos a hacer, entre todos, que estas sean las mejores vacaciones de sus vidas.

lunes, septiembre 19, 2011

Crecimos demasiado rápido

Abril. Con el cambio de hora mi madre me dejaba llegar una hora más tarde a casa, a las nueve, poco después de que anocheciera.

Bajaba corriendo por la cuesta hasta que picaban los pies y llegaba a casa en menos de tres minutos. Siempre corría, para poder estar hasta más tarde, para poder dormir un poco más...
Mi abuela me había preparado la merienda, como cada tarde: pan con mantequilla y azúcar. No existían los actimeles, ni las chocomierdas con doscientas vitaminas y minerales. Solo había donuts y bollycaos, pero no había dinero.
Engullía el pan y volvía a subir la misma cuesta. César y Tomás estaban en casa de éste último. La madre de Edmundo había vuelto a castigarle sin salir, aún así luego iríamos a verle por si acaso, aunque tuviera que hablarnos desde la ventana de su habitación mientras hacía los deberes. Yo nunca tenía deberes.

Recuerdo que Tomás no tenía telefonillo, solo un timbre. Y no siempre funcionaba. Así que la mejor opción era llamarle a gritos hasta que se asomaba su madre a la ventana y nos decía que ya bajaba. Pero aún tardaría un rato. César y Tomás siempre han tardado mucho en bajar.

La droguería de la esquina de la calle José había dejado un montón de cajas en la basura, así que esa tarde no hacía falta sacar los monopatines y tirarse sentados calle abajo, frenando con las maltrechas suelas de las zapatillas. Aquel día tocaba hacer casas de cartón, el suelo de Vernel, las columnas de Puntomatic, el techo de Colón. Uno colocaba todo desde dentro. Tenía que haber sitio para los 3 y era difícil porque esta vez no había cajas de lavadora ni de nevera, que con esas ya tenias el palacio montado.
Otro de nuestros pasatiempos era atravesar la calle sin tocar el suelo. O saltar desde cierta altura. Ahora lo llaman parkour, nosotros lo llamábamos hacer el ninja.
En aquellos años, no había mayor aventura que una casa abandonada o en construcción, aunque tuviéramos que ir esquivando jeringuillas o nos rompiésemos las camisetas contra algún hierro.
Siempre había algún vecino que nos veía y nos echaba la bronca. Entonces, simplemente, salíamos corriendo del lugar, a todo lo que nos daban las piernas.

Raro era el día que no llegaba a casa como si volviese del campo de batalla: la cara, las manos y las rodillas negras, alguna pequeña herida ya infectada y con la sangre seca resbalando por la pierna. Era el mejor síntoma de haber disfrutado la tarde.

Seguro que hubo montones de tardes aburridas en mis años de colegio, pero no las recuerdo.
Sólo recuerdo que los temas de conversación eran recurrentes y que cuando nos daba con alguna chorrada la repetíamos hasta la saciedad. Como ahora.

No éramos tan distintos de lo que somos veinte años después. Sobre todo a medida que avanzaba el tiempo y llegamos al instituto. César dejó de salir por estudiar, Edmundo quedaba con los de su clase o se pasaba las tardes jugando al fútbol en la Remonta. Y Tomás y yo aprendimos a estar juntos sin César como nexo, cogíamos la bici o los patines y nos fuimos escapando de un barrio que se nos quedaba pequeño, pero en el que siempre nos sentiremos como en casa.

Aprendí a no tener miedo, a confiar en los amigos pero sabiendo estar solo, a rapelar y a montar a caballo, a trepar, a aguantar el dolor y hacerse el fuerte, a quitarme las gafas, a levantarme y volver a intentarlo, a ser cabezota y respetuoso, a ir "dónde los perros", la casa junto a la vía del tren, que antes era campo y hoy un reducto entre Montecarmelo y la M-40.
Aprendí que César es, ante todo, responsable, que a Edmundo le falto carácter para dirigir su vida, que con Tomás se puede contar siempre, porque entiende que la vida pasa en un suspiro y que sólo podemos arrepentirnos cuando dejamos de hacer lo que nos apetece.

En días como hoy siento la inmensa suerte de aún teneros como amigos y la congoja de pensar que, entre juegos y risas, la infancia pasó demasiado rápido y que, aunque compartimos la adolescencia, la descubrimos por separado.

Confío en que el futuro, sea cual sea, nos mantendrá unidos. A nuestra manera, pero unidos.

jueves, septiembre 01, 2011

Redes antisociales


Quien me conoce sabe que soy un apasionado de la tecnología en general y de internet en particular. Me gusta estar conectado en cualquier sitio. Tengo messenger, fotolog, facebook, tuenti, twitter, linkedin y acabo de llegar a google+.
Podría asegurar que he pasado la mayor parte de mi vida delante de un ordenador, casi tanto tiempo como durmiendo. A pesar de ello no soy el típico freak aislado de la realidad. Cuando alguién me llama para salir, salgo. El PC siempre espera.
Y aunque esté con el móvil en la mano, leyendo el correo a cada hora, soy capaz de dejarme el móvil en casa y tirarme 10 horas en la playa o 6 horas con la bici. Me encanta estar conectado, pero no soy un adicto.

Creo que las redes sociales han conseguido acercarnos a gente de la que no sabríamos nada, contactos perdidos o gente con la que no coincidimos durante el año. Pero que sepamos algo de ellos no significa que vayamos a quedar algún día. No olvidemos que Facebook lo inventó un chaval antisocial para chismorrear.

En la cultura mediterránea hemos vivido siempre en la calle. Necesitamos relacionarnos de otra manera, charlar tomando algo en una terraza, no en una fría habitación. Necesitamos el cara a cara, el contacto físico, la comunicación no verbal para captar las ironías.
Cuando MSN Messenger comenzó a popularizarse, todos pasábamos las noches de los días de diario con eternas conversaciones con amigos o gente de cualquier parte de España o del mundo. Muchas parejas se enamoraron de aquella manera, tan legítima como conocerse en un bar o en clase.
Esto fue porque incluso messenger ofrecía intimidad, algo que parecen haber perdido las redes sociales, en las que casi todo pueden verlo casi todos.
Lo que no ha cambiado es la tendencia al volumen, tener 500 contactos y solo hablar con 10 es algo muy común.
Realmente... ¿cuántos amigos tenemos? ¿Con cuántos de esos contactos podemos hablar de cualquier cosa?¿A cuántos podemos decir lo que nos gusta o no de ellos sin que dejen de hablarnos? ¿Con cuántos realmente podemos ser nosotros mismos?
Con pocos. Y alguno ni siquiera está en las redes sociales. O se la hizo porque nos pusimos pesados pero no se mete.
Porque cuando quieres quedar con esa gente les llamas. Y ellos a tí.
No pierdes el tiempo con comentarios de "A ver cuándo nos vemos" o "Tenemos que quedar"

Las redes sociales nos han convertido en antisociales.
Debemos verlas como una herramienta, no como un sustituto. Una forma más de contactar, pero no la única.

Aún hace buen tiempo. Salgamos a la calle. A dar un paseo. A sentarse en un banco. A arreglar el mundo. A echarnos unas risas recordando el pasado.
Y después lo contamos en Facebook.