viernes, junio 20, 2008

La estación de medianoche

Hoy copio un microrrelato de los que se encuentran por casualidad y, sin saber por qué, te llaman la atención.


El sol se había escondido tras el horizonte, tarde, como corresponde a los primeros días del verano. En aquella estación apenas quedaban dos personas, dispuestas a coger el último tren hacia el centro y un borracho que dormitaba en un rincón maloliente cubierto de cartones.

Se sentó en el banco de piedra, con las piernas cruzadas, esperando que ella cumpliese la promesa anunciada tiempo atrás en aquella carta que él había recibido.

Un tren de mercancias entró en los andenes precedido de un largo silbido. Los papeles que yacían en el suelo comenzaron a moverse, como pasajeros deseosos de coger ese tren que atravesaba la estación sin detenerse. A los pocos segundos todo quedó de nuevo en silencio.

Imaginaba en su cabeza, una y otra vez, el momento en el que ella bajase del tren y la estrechara en sus brazos y sonreía con gesto estúpido. La espera se hacía dulce, pero eterna, como el postre que llega con el estómago lleno y parece no terminar nunca.

Una luz a lo lejos. Y el enorme reloj dando las doce. Ahí llegaba el último tren, alegría y decepción viajaban en él, pero solo una descendería en aquella parada olvidada. Los frenos comenzaban a detener la máquina. Mientras los vagones comenzaban a desfilar delante de sus ojos, él la buscaba pegada a cada puerta.

Y la vió. Y una enorme sonrisa inundo sus caras.

La puerta tardó una eternidad en abrirse, y ella un instante en saltar desde el vagón hacia sus brazos. Despues la miró a los ojos, se besaron, y volvieron a abrazarse.

No había tiempo para más. Sabía que la seguían y que no podía perder ni un minuto en sentir de nuevo su cuerpo... pero aún así lo hizo. Y la estación, el tren y aquel borracho que miraba curioso desaparecieron en aquel momento.

Corrieron hacia su caballo, la ayudó a subir intuyendo su cara de preocupación y la besó de nuevo. Y escaparon al galope hacia un sitio seguro, vadeando ríos y atravesando anchos valles, hasta las murallas en las que ella se sentiría a salvo.

Consiguieron burlar la vigilancia apostada en la última estación de tren, donde ella habría sido detenida, esquivaron un par de controles alejándose del camino. Y cuando se hallaron a salvo, desmontaron y se fundieron en un último abrazo y un corto pero intenso beso.

- Volveré a por tí - la dijo- cuando los vientos sean favorables y los caminos estén libres. Ahora descansa.

Y se alejó galopando en la noche cálida, dejando nubes de polvo, perdiéndose en la oscuridad.

Juró que, aún poniendo en riesgo su vida, volvería a esperar en aquella estación a que llegase el tren de medianoche, solo por volver a sentir su piel durante otro instante.


"La estación de medianoche" de R. Meren

1 comentario:

Amapola dijo...

Qué bonito.