jueves, diciembre 20, 2012

Fin del decimotercer baktún



El Calendario Maya está formado por varias unidades, al igual que nuestros días, semanas o años, sus días se llaman kin. Sus meses duran 20 días y se llaman uinal. Sus años, llamados tun, los forman 18 uinal, es decir, 360 días.
Más allá de esto, cuando nosotros empezamos a utilizar décadas, siglos y milenios, ellos utilizaban una escala de 20, de manera que 20 tún corresponden a un katún y 20 katún a un baktún.

Por lo tanto, un baktún son 144.000 días, unos 394 años.

¿Hay unidades superiores?
Si, los mayas hablaban también del pictún, el kalabtún, el kinchiltún y el alautún.
El problema que tenemos es que no sabemo si el pictún lo forman 13 baktún (en cuyo caso empezaríamos una nueva era o 20, siguiendo la ordenación anterior.

¿Por qué acaba el mundo tras el 13 baktún?
Según los Quiché, una etnia maya, los dioses crearon 3 mundos antes que el nuestro. Y cada uno duró exactamente 13 baktún antes de ser destruído y creado de nuevo.

Sea como fuere, en ningún momento los mayas marcaron esta fecha como el fin del mundo. Hay inscripciones que hablan de fechas posteriores y el fin de los baktún aparece más como una celebración que como un apocalipsis.

Así que mañana, a las 12:12 de la mañana, cuando entremos en el invierno, celebraremos el inicio de un nuevo baktún.

martes, diciembre 11, 2012

Paz

A veces me sorprendo de la paz que irradias. 
Como si las turbulencias de tu interior se diluyeran en tu piel no dejando escapar nada.
Me encanta verte dormir casi tanto como hacerlo a tu lado. 
Entrar en la habitación, taparte y escuchar como me ronroneas. 
Besarte y decirte otra vez más eso que ya sabes de sobra: que te quiero.
Y llenarme de tu paz como lleno mis pulmones de aire fresco en la montaña.

Me hincho de paz cuando te abrazo, cuando damos hierba a los caballos, cuando te paras a mirar a las gallinas, los gatos, las mariposas.
Todo se para. Todo está quieto y nada molesta. Nada sobra. Nada puede romper esa quietud.
Ni las tormentas de tu cabeza, ni las miserias que nos rodean.

viernes, diciembre 07, 2012

Aquel bar noruego

Siempre me he identificado más con la forma de disfrutar las vacaciones del turista extranjero que del nacional. Esa forma de divertirse, esa cultura tan británica de pub, risas, conversaciones y llegar dando tumbos a la cama. Desconectar del día a día.
Quizá por eso mis dos destinos favoritos sean Playa del Inglés y Benidorm, ambos paraísos para el guiri, ambos impregnados por esa decadencia de la melancolía de años mejores.
Viajo a Canarias un par de veces al año, siempre cuando el frío empieza a notarse en Madrid.
Acumulo costumbres que se han convertido en tradiciones, como alojarse en los destartalados Apartamentos Koka, caminar por el Paseo Costa Canaria o por la playa hasta el Faro de Maspalomas. Y bajar al Hurtigruta.
Nuestro bar favorito se sitúa en el Centro Comercial Metro, un proyecto mal planteado del que sólo sobreviven los locales que son visibles desde la calle. El resto son bares de alcohol barato para jóvenes canarios y algún club de alterne para desvalijar turistas.
Allí, entre tanta chatarra, se encuentra nuestro rincón favorito de Playa del Inglés: el Hurtigruta Bar. Bautizado como el famoso crucero noruego que recorre toda la costa y capitaneado por el carismático Manolo, es un oasis de tranquilidad y buen trato entre tanto relaciones públicas ansioso de sentarte en una mesa e hincharte a garrafón.
Manolo es un catedrático del trato al cliente, al turista, un representante de la vieja escuela Canaria que tan bien sabe mezclar atención, respeto y cariño. Y es que a veces parece increíble su capacidad para controlarlo todo: que la copa no se quede vacía, arrancar una sonrisa al cliente, brindar con aquellos, dar las buenas noches a estos... y lidiar con el día a día de un negocio que quizá empieza a dar más problemas que alegrías.
A su lado tiene a Blas, un currante con mucho camino por recorrer, pero también con muchas ganas. Buena gente con un gran corazón.
Y por último, Emma, una camarera incansable, fichaje de un karaoke irlandés cercano.
Ese es el dream-team que atiende cada noche en el Hurtigruta, el estrecho y cálido local en el que cada espacio se aprovecha, en el que cada centímetro de pared y de techo tiene un objeto que cuenta una historia. 
Un lugar encantador en el que, entre bufandas y fotos, puedes elegir discutir sobre cómo arreglar el mundo o aislarte de él.
Quizá si hubiese sido aquel marino que alguna vez soñé, visitante de cien puertos y curtido en otros tantos temporales, buscaría una taberna como el Hurtigruta para narrar mis experiencias.

Otro Grey Goose, Manolo. Con Red Bull, que aún no pienso en irme a dormir.