viernes, diciembre 07, 2012

Aquel bar noruego

Siempre me he identificado más con la forma de disfrutar las vacaciones del turista extranjero que del nacional. Esa forma de divertirse, esa cultura tan británica de pub, risas, conversaciones y llegar dando tumbos a la cama. Desconectar del día a día.
Quizá por eso mis dos destinos favoritos sean Playa del Inglés y Benidorm, ambos paraísos para el guiri, ambos impregnados por esa decadencia de la melancolía de años mejores.
Viajo a Canarias un par de veces al año, siempre cuando el frío empieza a notarse en Madrid.
Acumulo costumbres que se han convertido en tradiciones, como alojarse en los destartalados Apartamentos Koka, caminar por el Paseo Costa Canaria o por la playa hasta el Faro de Maspalomas. Y bajar al Hurtigruta.
Nuestro bar favorito se sitúa en el Centro Comercial Metro, un proyecto mal planteado del que sólo sobreviven los locales que son visibles desde la calle. El resto son bares de alcohol barato para jóvenes canarios y algún club de alterne para desvalijar turistas.
Allí, entre tanta chatarra, se encuentra nuestro rincón favorito de Playa del Inglés: el Hurtigruta Bar. Bautizado como el famoso crucero noruego que recorre toda la costa y capitaneado por el carismático Manolo, es un oasis de tranquilidad y buen trato entre tanto relaciones públicas ansioso de sentarte en una mesa e hincharte a garrafón.
Manolo es un catedrático del trato al cliente, al turista, un representante de la vieja escuela Canaria que tan bien sabe mezclar atención, respeto y cariño. Y es que a veces parece increíble su capacidad para controlarlo todo: que la copa no se quede vacía, arrancar una sonrisa al cliente, brindar con aquellos, dar las buenas noches a estos... y lidiar con el día a día de un negocio que quizá empieza a dar más problemas que alegrías.
A su lado tiene a Blas, un currante con mucho camino por recorrer, pero también con muchas ganas. Buena gente con un gran corazón.
Y por último, Emma, una camarera incansable, fichaje de un karaoke irlandés cercano.
Ese es el dream-team que atiende cada noche en el Hurtigruta, el estrecho y cálido local en el que cada espacio se aprovecha, en el que cada centímetro de pared y de techo tiene un objeto que cuenta una historia. 
Un lugar encantador en el que, entre bufandas y fotos, puedes elegir discutir sobre cómo arreglar el mundo o aislarte de él.
Quizá si hubiese sido aquel marino que alguna vez soñé, visitante de cien puertos y curtido en otros tantos temporales, buscaría una taberna como el Hurtigruta para narrar mis experiencias.

Otro Grey Goose, Manolo. Con Red Bull, que aún no pienso en irme a dormir.


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