lunes, septiembre 19, 2011

Crecimos demasiado rápido

Abril. Con el cambio de hora mi madre me dejaba llegar una hora más tarde a casa, a las nueve, poco después de que anocheciera.

Bajaba corriendo por la cuesta hasta que picaban los pies y llegaba a casa en menos de tres minutos. Siempre corría, para poder estar hasta más tarde, para poder dormir un poco más...
Mi abuela me había preparado la merienda, como cada tarde: pan con mantequilla y azúcar. No existían los actimeles, ni las chocomierdas con doscientas vitaminas y minerales. Solo había donuts y bollycaos, pero no había dinero.
Engullía el pan y volvía a subir la misma cuesta. César y Tomás estaban en casa de éste último. La madre de Edmundo había vuelto a castigarle sin salir, aún así luego iríamos a verle por si acaso, aunque tuviera que hablarnos desde la ventana de su habitación mientras hacía los deberes. Yo nunca tenía deberes.

Recuerdo que Tomás no tenía telefonillo, solo un timbre. Y no siempre funcionaba. Así que la mejor opción era llamarle a gritos hasta que se asomaba su madre a la ventana y nos decía que ya bajaba. Pero aún tardaría un rato. César y Tomás siempre han tardado mucho en bajar.

La droguería de la esquina de la calle José había dejado un montón de cajas en la basura, así que esa tarde no hacía falta sacar los monopatines y tirarse sentados calle abajo, frenando con las maltrechas suelas de las zapatillas. Aquel día tocaba hacer casas de cartón, el suelo de Vernel, las columnas de Puntomatic, el techo de Colón. Uno colocaba todo desde dentro. Tenía que haber sitio para los 3 y era difícil porque esta vez no había cajas de lavadora ni de nevera, que con esas ya tenias el palacio montado.
Otro de nuestros pasatiempos era atravesar la calle sin tocar el suelo. O saltar desde cierta altura. Ahora lo llaman parkour, nosotros lo llamábamos hacer el ninja.
En aquellos años, no había mayor aventura que una casa abandonada o en construcción, aunque tuviéramos que ir esquivando jeringuillas o nos rompiésemos las camisetas contra algún hierro.
Siempre había algún vecino que nos veía y nos echaba la bronca. Entonces, simplemente, salíamos corriendo del lugar, a todo lo que nos daban las piernas.

Raro era el día que no llegaba a casa como si volviese del campo de batalla: la cara, las manos y las rodillas negras, alguna pequeña herida ya infectada y con la sangre seca resbalando por la pierna. Era el mejor síntoma de haber disfrutado la tarde.

Seguro que hubo montones de tardes aburridas en mis años de colegio, pero no las recuerdo.
Sólo recuerdo que los temas de conversación eran recurrentes y que cuando nos daba con alguna chorrada la repetíamos hasta la saciedad. Como ahora.

No éramos tan distintos de lo que somos veinte años después. Sobre todo a medida que avanzaba el tiempo y llegamos al instituto. César dejó de salir por estudiar, Edmundo quedaba con los de su clase o se pasaba las tardes jugando al fútbol en la Remonta. Y Tomás y yo aprendimos a estar juntos sin César como nexo, cogíamos la bici o los patines y nos fuimos escapando de un barrio que se nos quedaba pequeño, pero en el que siempre nos sentiremos como en casa.

Aprendí a no tener miedo, a confiar en los amigos pero sabiendo estar solo, a rapelar y a montar a caballo, a trepar, a aguantar el dolor y hacerse el fuerte, a quitarme las gafas, a levantarme y volver a intentarlo, a ser cabezota y respetuoso, a ir "dónde los perros", la casa junto a la vía del tren, que antes era campo y hoy un reducto entre Montecarmelo y la M-40.
Aprendí que César es, ante todo, responsable, que a Edmundo le falto carácter para dirigir su vida, que con Tomás se puede contar siempre, porque entiende que la vida pasa en un suspiro y que sólo podemos arrepentirnos cuando dejamos de hacer lo que nos apetece.

En días como hoy siento la inmensa suerte de aún teneros como amigos y la congoja de pensar que, entre juegos y risas, la infancia pasó demasiado rápido y que, aunque compartimos la adolescencia, la descubrimos por separado.

Confío en que el futuro, sea cual sea, nos mantendrá unidos. A nuestra manera, pero unidos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha encantado esta entrada... me alegro mucho, muchísimo de que tengas la suerte de tener esos amigos y de que ellos tengan la suerte de tenerte a tí.

Aran.