martes, septiembre 04, 2012

A la deriva

El poco futuro que podía imaginar, la cerilla que le quedaba, la prendió la crisis.
Ella, despechada de nuevo, sopló para apagarla y la tiró al suelo, sin esperar ni siquiera a que se consumiese.
Volvió a sentarse de nuevo en aquel velero. Las velas flameaban con la escasa brisa que soplaba. Nada se movía. Sólo el vaivén de las olas mecía el barco a la deriva. 
Mientras tanto el sol corría por el cielo, de este a oeste, Otro día. Y otro más.
Miró a una gaviota que se posaba en proa para descansar un momento. Sonrió. Al fin alguien venía a visitarla. Instantes después de pensar aquello, como si su mente hubiese disparado, la gaviota levantó el vuelo.
Bajó la cabeza y siguió pintándose las uñas de azul turquesa.
La miré, compasivo. Se había quedado dormida. Busqué una manta y la tapé. 
Me sonrió y siguió durmiendo.

Había conseguido un barco para navegar. Daba igual que no tuviese motor, ancla ni radio. Lo importante era navegar, aunque fuese sin rumbo, solo por el hecho de moverte sobre el agua, avistar los acantilados de la costa, contar los parpadeos de los faros o ver saltar a los delfines. Llegar a una cala y darme un baño. Siempre a la deriva.

- Tú tienes lo que querías - me decía - ¿Y yo? ¿Qué hago aquí?
- Buscar tu futuro
- ¿Qué futuro?
- Aún no lo sabemos.

De nuevo el sol se hundía en el mar reflejándose entre las olas como miles de espejos.
Aquel verano terminaba. Se notaba en la brisa, que ya no ardía como hace semanas.

Cuando despertó desembarcamos en una playa. Allí no había nadie.
Todos los turistas habían vuelto a la ciudad.
Yo caminaba arrastrando los pies, haciendo un surco de arena entre algas y medusas que se confundían con plásticos. Ella se pegó a mí y pasé mi brazo por encima de sus hombros.

De pronto, sonriendo, se agachó para intentar acariciar a un gato que había aparecido de repente. Él maulló, levanto la cabeza y, viendo que no había nada de comer, se marchó siguiendo mi surco.

Estaba amaneciendo de nuevo. 
- Un día menos - pensó ella mientras el puñado de arena que había recogido se escapaba de su mano.

 
Volvimos al barco y se echó a llorar.

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