Y yo que creía que íbamos a acabar en Pinilla...
Este fin de semana ya no había cursos, ni partido. Y encima el lunes fiesta. Había que salir de Madrid. Resulta que un paciente de Rose, mi copilota, tiene unos apartamentos rurales en Robledillo, comarca de la Vera, provincia de Cáceres. Curiosamente habían cancelado unas reservas y pudimos ir.
Despues del atasco correspondiente en la A-5 (y a mí se me olvida coger la de peaje, con lo que me gustan a mí los atascos) y de unas horas de viaje llegamos al lugar en medio del campo. Decían que domingo y lunes iba a hacer bueno, pero esa semana había llovido bastante y el recepcionista nos dijo que seguramente hiciera malo. Personalmente creo más en la sabiduría popular que en el Instituo Nacional de Meteorologia. Me fío más de reumas y una mirada al cielo que de anticiclones y borrascas.
El sábado hicimos una ruta por los pueblos de la zona, con casas de madera y soportales, calles empinadas de piedra: Madrigal, Villanueva, Valverde y Losar antes de parar a comer en Jarandilla. Muy rico el solomillo del Puta Parió II (si, sólo fuimos allí por el nombre, pero cuando no conoces algo, la publicidad es fundamental)
Por la tarde subimos al Guijo, un pueblo montañoso y, como todos, de calles estrechas. El paisaje de la zona era bonito, con Gredos nevado al fondo y un tenue arcoiris formado por las débiles gotas de lluvia que molestaban más que mojar.
Quisimos ver el monasterio de Yuste, pero cuando llegamos ya era tarde. Al día siguiente entramos, pero había tanta gente esperando que decidimos pasar de monjes.
Lo que si vimos fue el curioso cementerio alemán, en el que están enterrados los alemanes que murieron en España durante la 1ª y 2ª Guerra Mundial. Un sitio curioso, sin duda.
Se hacía de noche y yo quería ver el fútbol. Además estábamos cansados de patear la comarca. Volvimos al apartamento del Sr. Guisado para ver empatar al atleti, cenar, leer un poquito el libro que me ha dejado Laura (Angeles y Demonios, de Dan Brown) y a dormir lo que nos dejaran las paredes de papel de los apartamentos. En cuanto se despertasen los de al lado se acabó.
El domingo por la mañana fuimos a montar a caballo. Llevaba unos 10 años sin subirme a un caballo, pero no se me dio mal. Rosa no había subido nunca y, con algunos problemas, supo hacerse con el suyo. El paseo fue tranquilo y el paisaje bonito. Habrá que volver a montar a caballo en Buitrago.
Cuando acabamos comenzó a llover y no paró hasta despues de comer (vaya chuletón de Buey).
Fuimos a Garganta la Olla, un pueblo encajado entre las montañas. Y de allí a Plasencia, ciudad monumental donde las haya. Vimos el partido del R.Madrid (no tuve otra opción, despues de haber obligado a Rosa a ver el del Atleti) y quedamos con los primos de Cáceres, Vane y Raúl.
Siguen tan bien como siempre. Que gente más maja.
Ayer lunes nos levantamos y nos volvimos a Madrid, pero como íbamos sobraos de tiempo paramos en el Xanadú a comer. Y como no había gente en la pista de esquí, pues a esquiar se ha dicho. Para ser la primera vez que Rosa se ponía unos esquís no lo hizo mal. Baja bien, sólo la falta frenar con los esquís en lugar de con el culo.
Ésta chica me ha sorprendido. Es verdad que hay que tener osadía para montarse conmigo en el coche, pero además ha esquiado y ha montado a caballo en el mismo fin de semana. Y no solo no se ha acojonado sino que promete repetir.
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