domingo, febrero 18, 2007

De punta a punta: Galicia - Madrid

El jueves volvía, a última hora de la noche, de La Coruña.
Como cada semana, llegar a Barajas cerca de las once, coger el coche en el solitario aparcamiento y encarar el camino a casa, con la luz del salón apagado y mi padre junto a su ordenador, contento porque le han publicado una ruta en Ibertrainz. Lleva años jugando a ese juego de trenes y no parece que vaya a cansarse nunca. Me gusta verle entretenido con sus maquetas, como se maneja con internet. Podríamos decir que de tal astilla, tal palo. El caso es que me siento orgulloso, una vez más, de mi padre.
Mi madre ya se ha ido a dormir, sigue con sus achaques, esta vez de su pie derecho. Eso no le impide ir a trabajar todos los días, sin apenas quejarse. Es mi ejemplo de lucha, rozando la cabezonería. Parece que me he quedado con lo mejor de cada uno.

Ella prefiere pasar los días entre películas de sobremesa y sopas de letras, sentada en la mecedora que un día perteneció a mi abuela.

En mi casa se respira paz. Cada uno nos dedicamos a nuestras cosas y nos basta con ver luz en la habitación de al lado, con sentir el paso de los días sin sobresaltos, sin malas noticias.
No hay silencio, la televisión retumba con la publicidad. En el cuarto de al lado se escuchan pitidos de trenes y en mi habitación música, que depende directamente de mi estado de ánimo.

Viernes. Me levanto, me visto y cojo el coche. Termino aparcando en el CineCité para no tener que bajar a cambiar el ticket del SER. En la oficina se respira tranquilidad, solo un par de cosillas para hacer. A las tres me voy a casa.

De camino recojo a mi madre y la llevo a correos a recoger su pedido del Venca. La pobre lleva toda la semana esperando a que alguien la lleve a la oficina, que pilla algo lejos de casa, en la Ventilla.
Despues de comer acerco a mi padre a su trabajo y enfilo la carretera de Barcelona. He encontrado un sitio donde la Nintendo Wii no está agotada y no pienso dejar pasar la oportunidad. La compro en Alcala de Henares, en GAME y vuelvo a Madrid, sorteando atascos, porque he quedado con Rosa en el colegio donde curra para ver la fiesta de carnaval.
Como rejuvenece rodearse de niños.
Que envidia más insana me da ver el patio que tienen casi todos los colegios y recordar que mi colegio no tenía y que el del instituto estaba cortado por una escalera.
Comienza a llover. Nos vamos a cenar algo a Aluche, al rebautizado bar de las maderitas, que otros llaman Río Duero.
Despues vuelvo a casa para prepararme para salir, beber, el rollo de siempre...


Son las 3 de la mañana y he bebido demasiado. No diré la estúpida frase de "no vuelvo a beber", pero si debería moderarme, aunque la noche sea una mierda y me aburra, aunque veinte minutos puedan echar abajo el buen rollito que traía de casa, aunque las tías me cuenten historias para no dormir y aunque el capullo de Tomás tarde la vida en aparecer.

Y el sábado es un día de resaca sin apenas dolor de cabeza, de levantarme a las ocho de la tarde y de probar, por fin, la Wii. Con esa consola es imposible aburrirse. Es imposible decir: No se jugar.
Así que juego con mis padres, luego con Tomás. Y nos dan las 4.30 de la mañana de un sábado.
Cuando todo el mundo sale de copas, yo me recupero de las del día anterior jugando a los bolos o al tenis.

El domingo despierto demasiado pronto, como viene siendo costumbre en mí. Mala costumbre el no dormir lo necesario. Juego otro rato, esta vez al Zelda. Y me marcho hacia Murcia, donde me esperan Diego e Irene, los Marqueses de Librilla.

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