lunes, febrero 19, 2007

De punta a punta: Librilla - Sierra Nevada - Cabo de Gata - Librilla

Madrugón a las 5.30 de la mañana y otros 300 km hasta la estación de esquí.
Nada comparado con los madrugones para coger el avión en Barajas.
Vamos en el coche de Diego, a la ida conduce él, y a la vuelta yo.







Nada más llegar a Sierra Nevada comienzo a flipar. Anteriormente, la estación más grande en la que había estado era en Cerler. Pero esto es enorme, es como un parque temático de nieve.





La base de la estación se encuentra a 2100 metros. Arriba, corona las pistas el pico Veleta, con casi 3400 metros. Por si no lo sabíais, es el pico que sale en las botellas de Lanjarón


Para ser lunes las pistas están llenas de gente, y a medida que pasa el día se van formando atascos en los remontes.

Diego no acaba de pillarle el tranquillo a la tabla de snow. Baja despacio, con las piernas agarrotadas, por la pista de debutantes de Borreguiles. A mediodía ya no puede más, en la última caida se ha hecho daño en la espalda y tiene las rodillas cansadas. Paramos para comer el peor bocata que he probado en mucho tiempo por la módica cantidad de 7,50 (por un euro más me pongo hasta el culo en O'Castaño, pero me pillaba a mil kilómetros)

Y luego, echándole cara, llama a la asistencia en pista para que le bajen en la moto de nieve. Y le cuidan como al mismísimo Alberto Tomba, con sus radiografías y todo para descartar lesiones graves (ya se sabe lo peligrosas que son las caidas a 5 km/h)

Yo aprovecho que Diego está en buenas manos para darme una vuelta por la estación y finalizo la jornada subiendo hasta el punto más alto para bajar del tirón hasta el final. 1100 metros de desnivel y más de 6 km de pista... memorable.

Nos volvemos a las cuatro de la tarde y un pequeño error de cálculo nos hace coger la A-7 entre mares de plástico, cerca del Cabo de Gata.

Y una vez más no puedo evitar pensar la primera y única vez que pasé por aquel mismo sitio, cuando Lau y yo buscábamos una playa agradable y encontramos un desierto con una playa llena de basura arrastrada por el temporal.

El caso es que llegamos a Librilla tras hacer otro huevo de kilómetros, cuatrocientos para ser exactos, pero entretenidos con la tertulia y la música.

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